"Alexis Brisa", vista de la instalación.
Foto: Lucio Romano.
"Alexis Brisa", vista de la instalación.
Foto: Lucio Romano.
"Violeta". Lápiz sobre papel. 100 x 150 cm. 2012.
Foto: Fabian Ramos.
"Sin Título (Antes Dipy)". Lápiz sobre papel. 100 x 150 cm. 2012.
Foto: Fabian Ramos.
"Sin Título (Toda Edad es de Piedra)". Lápiz, cerveza y collage sobre papel. 100 x 150 cm. 2012.
Foto: Fabian Ramos.
"Sin Título". Tinta y lapicera sobre papel. 110 x 150 cm. 2012.
Foto: Fabian Ramos.
"Sin Título (La Jodita de los Relojes)". Lápiz sobre papel. 150 x 190 cm. 2012.
Foto: Fabian Ramos.
"Alexis Brisa". Tinta sobre papel. 20 x 29 cm. 2012.
"Sin Título". Acuarela y lapicera sobre papel. 150 x 170 cm. 2012.
Foto: Fabian Ramos.
"Sin Título (Ahora Relaja por 60 Segundos)". Lapicera sobre papel. 150 x 200 cm. 2012.
Foto: Fabian Ramos.
"Sin Título (AVC)". Acuarela y lápiz sobre papel. 150 x 350 cm. 2012.
Foto: Fabian Ramos.
"Sin Título". Lápiz, lapicera y tinta sobre papel. 150 x 250 cm. 2012.
Foto: Fabian Ramos.
"Sin Título". Lápiz y tinta sobre papel. 150 x 250 cm. 2012.
Foto: Fabian Ramos.
"Alexis Brisa", vista de la instalación views.
Foto: Lucio Romano.
"Gallo". Lápiz sobre papel. 170 x 150 cm. 2012.
Foto: Nicolás Sarmiento.
De Manet a Alexis Brisa
Por Bárbara Golubicki.
Vamos a hablar solo de dibujo. No, mejor vamos a hablar de la historia del arte universal y su mirada desde la historia del arte argentino, de la construcción de relatos de las instituciones que formaron parte de nuestra modernidad artística. O vamos a hablar de las dos cosas, a la misma vez, para ver cómo desde una galería de arte contemporáneo joven, desde la obra de dos artistas que no superan los 25 años, se logra un contrapunto. Un contrapunto es la composición de líneas musicales que suenan muy distintas y se modulan independientemente una de otra pero resultan armoniosas cuando se tocan en simultáneo. Eso sucede en Peña. Y nos obliga a pensar dos propuestas, de grandes nombres, inabarcables, inalcanzables, que conviven sin interferencias, con nombres rasantes, anónimos, irreconocibles.
ALEXIS BRISA, de Nicolás Sarmiento, reúne una serie de obras en gran formato, dibujos, pinturas, dibujos-pinturas, un collage. Toda edad es de piedra se lee en el brazo, única parte claramente reconocible, de un motoquero que perdió su rodado en otro dibujo. Más tatuajes, dibujados (una cara deformada) y pegados (un pelirrojo en una foto en cuero posa en un bosque canadiense). Otros dibujos, más abstractos quizás, ensayan, ejercitan sobre un campo de fuerzas prensil: materiales, presiones, líneas. Uno, por ejemplo, se presenta casi como una obra imperceptible: sobre el blanco del papel maltratado, líneas como arcoíris dibujan el movimiento de la mano del artista haciendo girar la punta para que pinte con todos sus colores. Son como los pelitos de los billetes, pegados para demostrar: este no es falso. Birome, lápiz negro, de colores, tinta china. A los materiales hay que hacerlos pensar, pareciera insinuar el artista. No se trata de la exploración de una técnica, sino de una exploración a secas. Alexis, Brisa, Esteban, Romina… No vamos a distinguir a nadie, pero no porque falte la figuración, sino simplemente porque componen personajes inciertos, que son literales, una superficie marcada. Por eso, no hay arrepentimiento, no hay corrección, no hay alarma frente al accidente. No hay delicadeza, ni liviandad, el soporte es anárquico porque se le perdió el respeto: lo mancha, lo agujerea, lo arruga, lo rompe. Su tratamiento está lejos de ser suave: tiene gravedad. Los trazos caen, con presión, verticales; todo tiene su peso específico.
Hacerse de las cosas, rubricándolas. Como el chofer con su bondi, que no le pertenece, pero se lo apropia con la inscripción del nombre de los suyos.
En DE MANET A NUESTROS DÍAS, de Santiago Villanueva, el recorrido es por la primera impresión, amplio, pretencioso, prometedor.Maximalista. Sin embargo este es un efecto retardado; el del ímpetu de las instituciones artísticas argentinas. El título replica el de una muestra del Museo Nacional de Bellas Artes, a finales de 1940.
El artista la reconstruye a través de una técnica “pobre”: una serie de grabados monocromos (menos uno) de la imagen de la obra expuesta junto con el nombre y apellido del autor, sin epígrafe. ¿Acaso la reconstrucción pretender ridiculizar el brío de los todavía jóvenes museos nacionales latinoamericanos? ¿Poner bajo la lupa la historia del arte moderno que intenta escribir? ¿Es el empeño mimético, o por el contrario, la curiosa selección que hace una institución de presupuesto corto, pero de aspiraciones altas, lo que el artista señala? ¿No hay una reivindicación velada a aquella muestra por momentos border? ¿No es más relevante la historia del retrato de Rosas vestido de gaucho que notar el descalabro cronológico y pictórico de exponer a Monvoisin en serie con Manet? En todo caso, lo que importa no está a la vista; sino en la vista. El artista reproduce cierta mirada contemporánea que superpone divulgación y estudio. Por un lado, en sus formas de circulación, las reproducciones: al desplegar los grabados en la pared como las páginas de un suplemento dominical ofrece la misma pasada veloz por los grandes nombres de la historia del arte universal que los tomos homónimos. Pero también revisa el tipo de educación que hace a un artista argentino, en tiempos sin internet. Como quien tiene solo a su alcance astrosas traducciones para poder leer los clásicos. Y sin embargo, ni complejos de inferioridad, ni autocomplacencia periférica. El artista instala en una gran vitrina, inmanipulable, un libro gigante abierto de par en par que muestra una serie de pinturas propias. El doblez del libro se come parte de la imagen, la oculta. Con la inversión de los soportes (las páginas de libros enmarcadas, las pinturas encuadernadas), reutiliza las formas de escritura institucional. Señala en una doble dirección: son sus obras, sus gestos los que resultan relevante cerrar en un libro-catálogo aumentado; y, a la vez, son ellas las que propician la situación de imposible contacto, esa relación que uno establece, a la hora de estudiar la historia del arte, solo con las obras dignas.
Hacer de la punción, un estudio. Hacer del estudio, una punción. La dos vías son las que recorren, sin contradecirse y en doble mano, las obras de Nicolás Sarmiento y de Santiago Villanueva. Por un lado, hacer del acto de inscribirse, picar una superficie, identificarse a través del trazo y apropiarse de las cosas por la mera acción de marcarlas, una aplicación, una dedicación general. Por el otro, tomar la historia del arte universal que se filtra en la historia de las adquisiciones y exhibiciones del museo nacional insignia, como el campo de atracción para preguntarse por las condiciones de la mirada actual, para interrogar aquello que realmente interesa: el arte de “nuestros días”.